lunes, 26 de julio de 2010

El Baile de Los Huesos


La leyenda de Maneky
La leyenda parte más o menos en el siglo XVII y cuenta que el templo en aquella época era un lugar muy pobre ya que que las condiciones económicas eran terribles en la región y apenas y el monje que cuidaba el templo tenía para comer, sin embargo se encargaba de separar siempre algo de comida, de la poca con que contaba, para darselas a su gato Tama.
Un día una gran tormenta azotó la región y un hombre de mucho dinero llamado Naokata-Li se perdió en medio del aguacero, para evitar el agua se cobijo bajo un árbol... de pronto entre medio de la lluvia diviso la figura de un gato que con su patita alzada parecia estar haciendole señas, como invitandolo a seguirle, el hombre extrañado con la actitud del gato se levanto de su refugio en el árbol para ver mejor al gato, al momento de levantarse un rayo golpeó al árbol y lo partió en dos, si el hubiese permanecido bajo él sin duda habría muerto, Tama le había salvado la vida.
Agradecido el hombre colmó de riquzas al templo y Tama y su dueño ya no pasaron hambre ni frío, donde al terminar sus días fue enterrado con honores en el templo de Goutukuji y en su honor se creo la figurita del Maneki Neko o "el gato que hace señas". Considerandolo símbolo de buena fortuna y prosperidad, de ahí que la mayoría de los comercios en Japón tengan este gatito y muchas grandes empresas lo hayan adoptado como imagen corporativa.
Se dice que las facultades del Maneki varían según el color que sea así por ejemplo el negro es para ahuyentar los malos espíritus, los dorados para el dinero, los rosados para el amor, etc.
El templo es tan popular en la actualidad que los turistas que visitan Tokio no dejan de pasar a verlo (esta ubicado en las afueras de la ciudad). El comprar un Maneki es inevitable incluso existen grandes coleccionistas de este simpatico gato cuya imagen esta en figuras, poleras, vasos y casi todo lo que puedas imaginar. El templo y la capilla de dicho templo fue levantada por la familia Tokugawa los cuales fueron Shoguns en la época de los antiguos emperadores japoneses. El templo cuenta con un gigantesco cascabel que dice que al sonar atrae a los espiritus de los gatos.

domingo, 11 de julio de 2010

Oda Al Gato


Los animales fueron imperfectos, largos de cola, tristes de cabeza. Poco a poco se fueron componiendo, haciéndose paisaje, adquiriendo lunares, gracia, vuelo. El gato, sólo el gato apareció completo y orgulloso: nació completamente terminado, camina solo y sabe lo que quiere. El hombre quiere ser pescado y pájaro, la serpiente quisiera tener alas, el perro es un león desorientado, el ingeniero quiere ser poeta, la mosca estudia para golondrina, el poeta trata de imitar la mosca, pero el gato quiere ser sólo gato y todo gato es gato desde bigote a cola, desde presentimiento a rata viva, desde la noche hasta sus ojos de oro. No hay unidad como él, no tienen la luna ni la flor tal contextura: es una sola cosa como el sol o el topacio, y la elástica línea en su contorno firme y sutil es como la línea de la proa de una nave. Sus ojos amarillos dejaron una sola ranura para echar las monedas de la noche. Oh pequeño emperador sin orbe, conquistador sin patria, mínimo tigre de salón, nupcial sultán del cielo de las tejas eróticas, el viento del amor en la intemperie reclamas cuando pasas y posas cuatro pies delicados en el suelo, oliendo, desconfiando de todo lo terrestre, porque todo es inmundo para el inmaculado pie del gato. Oh fiera independiente de la casa, arrogante vestigio de la noche, perezoso, gimnástico y ajeno, profundísimo gato, policía secreta de las habitaciones, insignia de un desaparecido terciopelo, seguramente no hay enigma en tu manera, tal vez no eres misterio, todo el mundo te sabe y perteneces al habitante menos misterioso, tal vez todos lo creen, todos se creen dueños, propietarios, tíos de gatos, compañeros, colegas, discípulos o amigos de su gato. Yo no. Yo no suscribo. Yo no conozco al gato. Todo lo sé, la vida y su archipiélago, el mar y la ciudad incalculable, la botánica, el gineceo con sus extravíos, el por y el menos de la matemática, los embudos volcánicos del mundo, la cáscara irreal del cocodrilo, la bondad ignorada del bombero, el atavismo azul del sacerdote, pero no puedo descifrar un gato. Mi razón resbaló en su indiferencia, sus ojos tienen números de oro.

El Gato Loco


Lo he calumniado. Le he llamado el gato loco; he dicho que necesitaba un psiquiatra. Me he burlado de él torpemente.

En cuanto empieza a oscurecer, mientras la gata se acomoda en los sillones de la sala, el gato bizco comienza su ronda nocturna: da doce o quince vueltas alrededor, dentro de mi cuarto, pegado a las paredes, debajo de la cama, detrás del buró, con un itinerario fijo e insistente, luego sale al patio y se pasa toda la noche, dando vueltas y vueltas, maullando, buscando algo, alguien, tenazmente. El paso es veloz, su actitud alerta, inquisitiva. A las siete de la mañana, más o menos, se viene a dormir. Y así todos los días.

Me preguntaba si se sentía prisionero, angustiado o qué. Hoy me he dado cuenta que es sólo un oficio: él patrulla la casa contra fantasmas, malas vibraciones y extraterrestres. De aquí en adelante le llamaré el patrullero de la noche, el vigilante del amanecer.